Al
igual que algunos de los primeros impresos que salieran de sus paredes,
este edificio aún sigue presente en el número 10 de Lic. Primo de
Verdad, esquina con Moneda, a un costado del antiguo Palacio del
Arzobispado (hoy Museo de Arte de la Secretaría de Hacienda y Crédito
Público), en el corazón de la capital del país. El inmueble fue erigido
en 1524 por orden del conquistador español Jerónimo de Aguilar, en un
terreno ubicado a un costado de una de las esquinas del Templo Mayor y
que otrora fue parte del conjunto arquitectónico dedicado al dios mexica
Tezcatlipoca, razón por la que tiempo después ahí se hallaron casi un
centenar de piezas arqueológicas que se exhiben en lo que hoy se conoce
con el honroso título de Casa de la Primera Imprenta de América.
La
imprenta de tipos móviles llegó al Nuevo Mundo en 1539. El 12 de junio
de aquel año, el impresor alemán Juan Cromberger y el cajista italiano
Giovanni Paoli, ambos avecindados en Sevilla, firmaron un contrato para
establecer en Nueva España “una casa e prensa para imprimir libros”.
La
primera imprenta formal de toda América –se dice que pudo haber otra
antes en Nueva España, aunque de carácter menor– quedó alojada en la
antigua Casa de las Campanas, como se conoció al recinto donde se
fundieron las campanas de la catedral de la ciudad de México, de acuerdo
con el historiador Joaquín García Icazbalceta. Del taller tipográfico
de Juan Pablos salieron, a partir de 1539, los que se consideran fueron
los primeros ejemplares impresos en territorio novohispano.
El
edificio que albergó a la imprenta de Juan Pablos ha tenido una
existencia por demás azarosa, a la vez que rodeada de incógnitas. Se ha
dicho que fue propiedad del arzobispo Zumárraga y que entre los siglos
XVII y XVIII fue parte de diversas Órdenes religiosas –entre ellos, los
mercedarios–; e incluso que en 1847 fue ocupado por tropas
estadunidenses invasoras… Lo que sí es que ha pertenecido a decenas de
familias, pasando de mano en mano desde la época colonial hasta el siglo
XX.
Se ha registrado que en la época de la Reforma
dejó de pertenecer a instituciones religiosas y fue vendido a
particulares que lo administraron y enajenaron a distintas personas en
las siguientes décadas. Durante la invasión francesa de 1862-1867, ahí
se refugiaron seguidores de Benito Juárez que eran perseguidos por los
imperialistas; encontraron asilo bajo el amparo de Manuel Nicolás
Corpancho, quien vivía en la casa y era el representante diplomático de
Perú en México (tal acción le valió ser expulsado del país en agosto de
1863).
Ya en el siglo XX, el inmueble fungió como casa
de huéspedes y vecindad. Se habla de que su última propietaria
particular fue una mujer llamada María Ruiz Rueda, quien vendió el
edificio al gobierno mexicano en octubre de 1981. Sin embargo, la casona
de casi 400 metros cuadrados quedó abandonada, hasta que en 1989 el
Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y la Universidad
Autónoma Metropolitana (UAM) firmaron un convenio para llevar a cabo un
proyecto multidisciplinario de rescate del recinto. Al año siguiente, el
INAH otorgó la custodia del inmueble a la institución educativa por
medio de un comodato de 99 años, dando fin a un extenso periodo de
ajetreo en el que había pasado de dueño en dueño.
Al interior de
esta antigua propiedad hoy se puede apreciar una enorme cabeza de
serpiente que recuerda que cerca o encima de este predio se asentaban
los principales centros ceremoniales de los mexicas antes de la llegada
de los españoles. Los toscos colmillos de esta escultura salieron a
relucir durante los trabajos de recuperación, pues la pieza fue
encontrada a más de 80 centímetros debajo del nivel del suelo, aunque
actualmente se puede ver en una de las salas de exhibición del recinto.
Debido
a que desde el siglo XIX la casa estuvo habitada por diferentes
familias que hicieron modificaciones en su arquitectura tanto exterior
como interior, de acuerdo con el arqueólogo Carlos Jiménez, durante el
proceso de restauración “se desecharon cerca de 40 toneladas de material
que fue agregándose a su estructura a lo largo de su existencia”; sin
embargo, destaca que, sorprendentemente, la mampostería original de la
construcción se conservó intacta por más de 400 años.
Actualmente
alberga un Centro de Educación Continua de la UAM, el cual fue
inaugurado en 1994, tras finalizar las labores de rescate. Dicha
universidad lo ha convertido en un importante espacio dedicado a la
difusión artística, donde también promueve actividades relacionadas con
el ámbito de la cultura impresa. Asimismo, en 2008 fueron inaugurados en
ese lugar el Museo del Libro y la Librería Juan Pablos, que hace honor a
aquel cajista lombardo que trabajara con la imprenta tipográfica –de la
cual se halla una réplica en el recinto–, la tinta y el papel hace ya
casi 475 años, para dar inicio formal a la historia de los primeros
libros hechos en estas tierras.
FOTOGRAFÍAS: RICARDO CRUZ, 2014
PUBLICADO EN CIUDAD INTIMA
No hay comentarios:
Publicar un comentario