Te hartas del tramiterio motociclista y dejas pasar una semana para que tu paciencia vuelva a sus cauces. Un día antes de volver a intentarlo, hablas a la delegación de la Setravi de Milpa Alta para no ir hasta esas tierras en vano y resulta que ahí también ya se terminaron las placas. “A ver si dentro de quince día nos llegan más”.
Decides ir a las oficinas vehiculares que te quedan más o menos cerca, las de Venustiano Carranza. Esta vez no vas tan temprano. A las 10:30 de la mañana estás en la fila de casi treinta personas. Avanzas paulatinamente, lees, escuchas las historias de los que han ido a hacer sus trámites. Una cosa es común en todos los relatos: nadie lo logra a la primera, mínimo son dos vueltas a los módulos.
Sin duda el uso de la moto ha aumentado exponencialmente en los últimos años. Los famosos “gasolinazos”, las facilidades para adquirirla (mensualidades y “abonos chiquitos”) y sobre todo el tráfico de la urbe han impulsado su compra, aunque hay voces que critican su utilización, argumentan que es mejor la bici, pero ya lo has pensado y aseguras que para el centro de la capital y cortas distancias, la bici; para toda la ciudad y distancias medias, la moto; para fuera del DF y largas distancias, el automóvil.
Regular su circulación y llevar un registro eficaz y confiable ha sido muy complicado. Recuerdas que según la Setravi en los últimos cinco años aumentó en 500% el número de motos en la Ciudad de México y que en las calles circulan aproximadamente más de 150 mil de estos vehículos. Es un hormiguero en la urbe que en cierto modo está fuera de control. Diario observas cada vez más motos conducidas por señores trajeados, con portafolio y corbata; menores alocados, sin casco y seguramente sin licencia; familias enteras (hasta cuatro) apretujadas, aunque no esté permitido. La motocicleta se ha vuelto una forma rápida, fácil y barata de andar en la ciudad, a tal grado que se ha propuesto sustituir el 10% del parque vehicular con ellas. Por otro lado, implica riesgos graves si no se tiene precaución.
Pasa el tiempo y las historias. Faltan diez personas para llegar. Entonces ves un letrero: “Para cualquier trámite vehicular necesita presentar el Repuve”. ¡No lo traes! Pero no te piensas salir de la fila en la que llevas casi dos horas nada más por ese papel. Además, en la página de internet no pedían eso. A ver qué pasa.
Llegas con el funcionario, le enseñas tus papeles… “Le falta el original de su comprobante de domicilio”. “Pero si la página de la Setravi dice que sólo copias”. “Pues no, es necesario el original. Y si trae de una vez el Repuve, mucho mejor. Afuera están los requisitos”. Ni modo. Otra vuelta. Anotas los requisitos pegados en la puerta de cristal y ves que son diferentes a los que dice en el sitio de la Setravi. Maldices que no se pongan de acuerdo.
No puedes irte con las manos vacías. Buscas un cibercafé, descargas tu comprobante de domicilio original por internet (la única diferencia con el que llevabas es que está a color) y el Repuve. Con veinte pesos menos en las bolsas, regresas rápidamente a las oficinas. Ya no te formas, pasas directo con el funcionario. Después de atender a tres personas, se apiada de ti y te permite iniciar (apenas iniciar) tu trámite. Te revisa los documentos, los aprueba y te da una ficha para que te formes en ventanilla. Por fin sientes que has avanzado algo.
Llegas a la ventanilla. Te atiende Josefina García Vieyra. Te pide los papeles y te advierte que este día no te van a dar las placas, sólo te van a poner en la lista de espera para cuando lleguen las nuevas. Te resignas. “Vuelva en una semana a ver si ya tenemos”.
PUBLICADO EN CIUDAD ÍNTIMA
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