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Barrer el Paseo de la Reforma


BARRENDERA MARÍA ESTHER REYES /

FOTOGRAFÍA: RICARDO CRUZ GARCÍA
Cada tarde Santa Cruz Meyehualco la ve salir con su traje naranja, su gorra y sus toscos zapatos. Se dirige a barrer Paseo de la Reforma. Su nombre es María Esther, tiene 58 años y, junto con sus cerca de quince compañeros, se encarga de mantener reluciente esta gran arteria. Su trabajo no se nota salvo cuando no se hace; es silencioso, casi siempre pasa desapercibido, pero es fundamental para la capital. Ella es barrendera y de lunes a sábado su labor mantiene limpia la zona centro de Reforma.

Con la mirada cansada, su tez curtida y morena, el cabello negro y canoso, mira los automóviles que avanzan por los carriles centrales de la avenida, a la altura del Metro Hidalgo. Desde las dos de la tarde comenzó su trabajo. Son las nueve de la noche y está sentada en una de las pocas jardineras que hay en esta zona. Agotada, con una voluminosa torta entre las manos, observa su obra de arte: una Reforma limpia.

La señora María Esther Reyes lleva cuatro años como barrendera. Le pagan 800 pesos a la semana y aunque señala que es “muy poquito”, está feliz de ser parte del ejército de limpia de la Ciudad de México a través de la empresa Sinder. Lo que le enfada es que los capitalinos “si no son puercos, son marranos”, dice que algunos no valoran su trabajo, pero matiza que también “hay mucha gente limpia”.
La recolección de residuos sobre Reforma se le complica debido a la desaparición de los pequeños botes metálicos que se habían puesto en las banquetas, en los cuales la gente tiraba su basura, pero ahora queda amontonada en cualquier rincón.

A doña Esther se le ha dificultado la separación de la basura en orgánica e inorgánica. Antes todo lo echaba a un mismo bote; ahora hay que seleccionar los residuos, lo que le lleva más tiempo pero tiene que hacer, ya que si no va separada la basura no se las recibe su camión recolector.

A lo anterior se suma el riesgo que implica barrer una de las avenidas más transitadas de la capital, donde autos, motos, bicicletas, microbuses y camiones del transporte público en ocasiones no advierten la presencia de doña Esther, quien ya ha sabido de compañeros atropellados.

A pesar de ello, doña Esther hace su labor higiénica con base en su filosofía barrenderil: “No es limpio quien limpia, sino quien no ensucia”. Así, escoba en ristre, recorre la parte de Reforma que le toca con su bote de plástico (en el centro de la ciudad ya no se usan los grandes tambos metálicos, rechinantes y oxidados). Puede ser a la altura de la Torre Mayor, del Ángel o de la Diana Cazadora.

Esta vez a ella le tocó el área que circunda al Caballito. La noche avanza y sólo espera a que dé la hora de su salida para viajar hasta Santa Cruz Meyehualco, en Iztapalapa, dormir y mañana regresar a barrer otra parte de Reforma. “Por la basura se deshace el mundo y se vuelve a hacer”, escribió Alfonso Reyes. La señora Esther también sabe que así es.

 PASEO DE LA REFORMA / FOTOGRAFÍA: RICARDO CRUZ GARCÍA

PUBLICADO EN CIUDAD ÍNTIMA


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